Salí del MOMA dispuesto a conocer los museos de arte moderno más importantes del mundo, pero todo eso fue una ilusión surrealista, una hora después el despertador sonaba en el mismo momento, que mi boca decía, para que me he despertado, si iba a ir a la Tate Modern de Londres, en un instante.
Los cuadros de Warhol me volvían loco, me apasionaba pintar. Siempre pintaba a una modelo argelina que paseaba por la Plaza Mayor en busca de una oportunidad mejor, no desistía, iba por delante muchas veces de la realidad. La regalaba cuadros, y sus ojos bailaban hacia a mi. El velo argelino lo había dejado en Argel nada más aterrizar en Madrid, buscando esa oportunidad de modelo en las pasarelas de moda más importantes del país.
Al paso de los meses la dejé de ver, ya no estaba en Mayor, y ya no se sentaba nadie en la silla de mis musas. Así que empecé a pintar paisajes, bellas imágenes en el corazón del Tirol austriaco, a los Álpes más auténticos, mi imaginación de saber como eran las montañas blancas del centro de Europa, daban otro aire a mis lienzos.
Allí se sentó una chica, después de siete meses. Flequillo negro, pícara sonrisa, y no me miraba a mi, leía "El Cartero" de Bukowski. Atada a las palabras de Charles, se acariciaba la nuca, y paseaba sus ojos alguna vez queriendo saber lo que estaba haciendo.
El retrato acabó, lo fue a comprar, me había enamorado, y le regalé embobado el cuadro, todas las que se habían sentado no leían a Bukowski, ni miraban a los ojos, ni se acariciaba la nuca.
Volví a verla, pero fue diferente, todo fue tan diferente que si lo escribiera no tendría su gracia. Imaginense lo que fue, tienen el derecho de acabar la historia como quieran, sólo se, que volví a pintar retratos como cuando tenía veinte años, con ganas y ambición.
Breve elogio a la máquina
Hace 1 año