A Susi, la llame, cuando llegó a Madrid, no me esperaba que la noticia, me la tuviera que dar un amigo del instituto, y no ella, pero para mi, Susana, se había acabado, y ya había pasado a la historia de mi adolescencia, tras contarme todo colgamos los telefonos, nos prometimos una quedada que nunca llegó a ser real, es como la promesa que te dan en las entrevistas de trabajo, un ya te llamaremos, y si te he visto, no me acuerdo, pues así pasó.
Olvidada Susana, pasé las mañanas haciendo salsas, pimienta y roquefort, salsa de tomate y salsa española, hacía pures y algun potaje que otro, había avanzado, ya pelaban y cortaban otros, algo que me iba gustando más, iba avanzando según el tiempo me iba dando los palos suficientes, para aprender como se hace un buen plato con una buena guarnición.
El verano prometía poco ya, una oferta de Euskadi, para octubre y abandonar el Hotel a mediados de Septiembre, para acostumbrarme, la rechacé y pense que gilipollas que soy, pero luego no me arrepentí al ver como el restaurante caía en picado, un año después de abrirlo, para finales de agosto Valeria estaba ccon un pie y medio, en Niza, y yo estaba pensandome lo de quedarme o ir a Madrid, no tenía ganas de ver a mi familia, y sobre todo, el careto que se le quedaría a mi padre, cuando vendría con un poco máas de cuerpo, y un poco mas de pasta, pero no le quise dar ese angustioso placer y me quedé en las playas de Formentera.
Para Septiembre, Antonella, tenía pensado volver a italia, para mi ella se había convertido en un deseo de verano, sin poca importancia, por lo que quedabamos en la azotea por las noches, pero no queríamos enamorarnos, el uno del otro, por que sería peor para los dos.
Septiembre llegaba y pase el agosto con mucha intensidad, quise que fuera el mejor verano de mi vida, era my soñador y en esos momentos quería soñar que me quedaba allí, o algo me decía que acabaría fuera de Formentera.
pasaron los días, fui aprendiendo y conocí entre fogones a Alberto, un chico madrileño, cuyas manos hacían magia, en las sartenes de acero que había en el restaurante.
fue un gran aliado de la cocina moderna que encontré cuando el verano se estaba acabando y dejaba paso a un otoño perdido.
Alberto, me enseñó a darle esos toques de cariño a la cocina creativa, a poder sacar espumas de los sifones, con el aprendí trucos que quedaron grabados en mi jodida mente, y que siempre permaneceran cerrados con su llave magica correspondiente.
la lluvia nos acompañó unos dias a finales de agosto, y entre Alberto y Antonella, me quitaban el tiempo, se fue muy rapido y no me enteré y con ello, llegó el frio de la soledad, estas dos personas partían hacia Praga y Milano, y yo di un punto y coma, y me quedé en Formentera, con el chef, y con mi ayudante, ya no era un ayudante cualquiera, era el ayudante de mi chef, ahora tenía pasos mas importantes que dar, y preocupaciones mas interesantes.
Antonella, se fue, con ganas de volver en Enero de 2002, algo que hizo y que ya contare, en el siguiente episodio.
Breve elogio a la máquina
Hace 1 año
No hay comentarios:
Publicar un comentario